miércoles, 20 de mayo de 2009

METAMORFOSIS



Hacia un día maravilloso. El mar estaba alterado y las olas rompían contra las rocas con una tremenda fuerza, proyectando en el aire enormes nubes de minúsculas gotas que coronaban de blanca espuma el vértice de nuevas olas.

Contemple este espectáculo durante unos deliciosos minutos mientras recibía la caricia del sol que me rodeaba con su blanca calidez y solo me acompañaba el tronar del oleaje y el batir de las alas de albatros y gaviotas.



Aire puro, soplo fresco en la memoria, así es el rumor de tu presencia. Sabor salino de peces rojos que nadan entre mis labios cuando intento pronunciar tu nombre. Ahora sopla el viento, cambio, transformación, mutación, metamorfosis del alma. Calma y marea. Suave brisa que adormece los sentidos para mecerse entre el vaivén de las olas.



Y toda esta atmósfera consigue que los recuerdos de anoche me inunden, me invadan cual luz cegadora del último rayo del atardecer cuando nos precipitamos en el juego del amor con una furia desbocada y desesperada, cuando nuestros mutuos deseos se alimentaban recíprocamente. Pero que adentrados en la noche comprendí que alguna cosa permanecía viva en tu interior mientras te contemplaba dormida plácidamente. Algo deslumbrante, breve, insuperáblemente intenso y sin tregua alguna. Contradictorio con las posturas de tu cuerpo al dormir inocentemente, con la postura caprichosa de tus manos y una expresión tierna en tu rostro alcanzando una placidez casi infantil.



Si, esa era mi forma de degustar mi momento y al que dedicaba mi insomnio para rememorar cada uno de los más mínimos detalles...



Y entonces tu voz llamándome desde la lejanía me hizo caer de mi delirio, me saco de mi abstracción y contemplé tu llegada sabiendo con certeza que tú eras, por fin, la que siempre habías querido ser.